sábado, 27 de marzo de 2010

Como diría Bergman












Siempre me he considerado apolítico, apartidista. Quizá se deba a que he batallado tanto conmigo mismo que me ha resultado casi imposible tener en cuenta, entre otras cosas, los detalles del quehacer burocrático e ideológico de cada bancada.

Creo que lograr consensos en aras del bien común es una tarea dificilísima, una gran proeza incluso en una relación de amistad o de pareja o comunitaria (los vecinos de mi calle han tratado de unir esfuerzos para hacer por la colonia, pero no se ponen de acuerdo a la hora de hacer la coperacha, y suelen terminar peleados).

Debido a ello, creo que la administración del poder y los recursos deberían estar en manos de sabios, personas íntegras y capacitadas para efectivamente canalizar los esfuerzos de todos en el bien común.

Sería lo ideal, aunque evidentemente en México no es así (tal vez en ninguna parte) ¿Cuál será el problema?

Hay quienes aseguran como el dicho que el pueblo tiene a los gobernantes que se merece, esto es tanto como dar por sentado que somos seres con tendencia al vicio, al oportunismo, a la avaricia, y que si uno no se pone abusado, aquel al que hallamos, como “pueblo democrático” que somos, dado el poder de decidir terminará por administrar todo para sí mismo.

Me sabe mucho a fatalismo, pero podría ser la mecánica que nos ha traído hasta estos días de ingobernabilidad a los mexicanos.

Hay quienes apuntan lo contrario: en su afán de hallar consensos y darle lo que pide al gobernado, los gobernantes podrían dar cabida a la creación de diferentes grupos de poder, los cuáles terminarían por salírsele de control. De nuevo, se da por sentado el vicio, oportunismo y avaricia en el hombre y la mujer.

También esta teoría se podría aplicar como causa del efecto ingobernabilidad que vivimos.

Tal vez todo se reduzca a la alegoría de Sísifo, condenado a subir la roca por la colina eternamente una y otra vez, y ahora, a cien años de la revolución mexicana, sea hora de volver a empezar, como castigo de los dioses por nuestra tendencia al vicio, oportunismo y avaricia.

El caso es que el vaso está lleno y ya son muchas gotas las que han provocado el derrame.

No sé cómo deberían ser las cosas, pero sí sé que el miedo es el peor lastre para el desarrollo de cualquier persona, comunidad o nación; y el miedo se ha estado regalando en los diarios, internet y en los noticieros día con día.

La información es tergiversada y a menudo inverosímil como las siguientes líneas:
..los elementos (soldados) detectaron un convoy con varios sujetos en actitud sospechosa a bordo de varias camionetas.
Tras marcarles el alto, (señala el comunicado oficial), el grupo respondió con disparos, lo que desató una persecución y un primer enfrentamiento.
(el norte 26-Mar-2010)

Lo curioso es que se habla sólo de 6 sicarios muertos, ningún soldado a pesar de que fueron sorprendidos. Llama la atención que las versiones oficiales siempre son similares, sicarios muertos, ningún soldado. Y son siempre los delincuentes los que empiezan la balacera.

El pan de cada día son nuevas víctimas inmoladas (“sicarios”), policías vinculados al crimen organizado (la regia y la estatal), funcionarios ineptos que “no tenían la menor idea” de las malas referencias de sus delegados (Larrazabal). Un gobernador cobarde que le da la espalda a sus ciudadanos con una desfachatez in-cre-i-ble (está de más este paréntesis).

Por no hablar de la violencia que asola a todo el noreste del país, o de los acuerdos capciosos que pactan funcionarios de gobierno y líderes de bancadas antagónicas. El espectáculo es de verdad repugnante, e indigna.

Si hemos sido condescendientes con nuestro gobierno creo que es hora (hace mucho fue hora) de hacer valer la democracia y exigir renuncias, de reestablecer el estado de derecho, si es que alguna vez lo tuvimos.

Tenemos lo necesario para provocar el cambio, sólo hace falta unión, y si la muerte de civiles inocentes: estudiantes, madres de familia, niños; ó el terror provocado por un grupo de delincuentes: extorsiones, levantones, robos con violencia; o el sobregasto y aumento del aparato de gobierno en tiempos de crisis: desempleo, pobreza, inestabilidad social; no son capaces de unirnos, francamente, como diría Ingmar Bergman, con todo respeto y la propiedad del mundo, we can go to hell.