viernes, 19 de noviembre de 2010

El caso del anciano y su nervio X

Le gustaba a David dárselas de investigador. A diario, luego de cumplir con sus responsabilidades académicas, salía de casa en búsqueda de casos que requirieran una solución. No era malo, a menudo solía cumplir con su cometido. Consta en la espalda de aquél anciano de la casa de asilo que gritaba auxilio siempre a eso de las 8 de la mañana, desde una mecedora en el pórtico. Los vecinos ya estaban acostumbrados, algunos otros que por ahí pasaban a diario también se acostumbraron, y a menudo algún transeúnte esporádico que no tenía idea de que aquello era un asilo lleno de chiflados, como condenaban los que lo “sabían”, preguntaba: -¿Le puedo ayudar en algo señor? Pero al parecer lo único que el anciano “chiflado” sabía decir, gritar, era eso: Auxilio. Así que por toda respuesta recibía el transeúnte más desconcierto hasta que una enfermera aclaraba: -No se apure, todo está en orden -Denotando a las mil- el viejo está chiflado. -Ah -culminaba el transeúnte para proseguir su andar. El instinto inquisitivo de David por supuesto nunca lo dejó caer en el engaño, su voluntad se cimentó en un hecho que estableció categóricamente desde el momento en que oyó aquella voz cavernosa: el viejo está sufriendo. Se ofreció como voluntario para leerle novelas a los ancianos de aquella casa y con el tiempo pudo constatar que el anciano en cuestión era en realidad un individuo feliz, aunque taciturno. Al principio una de las enfermeras, aparentemente más enterada que las otras, quiso aclarar con más certeza la situación: -El anciano es un lunático. Porque de una apacibilidad de vegetal, esto era un hecho, pasaba a ese estado exaltado en que los dedos se le retorcían de ansiedad, el rostro se le desfiguraba en una variedad de muecas elásticas, los ojos se le querían salir de las cuencas y, ya se sabe, su voz articulaba la corona que lo caracterizaba: Auxilio. -Ah, entonces no nada más es a las 8 de la mañana. -No, ya te lo dije, el viejo es un lunático. David se las daba de investigador. Era un adolescente promedio, su coeficiente no hacía de él una persona particular. Vaya, pues, que ni siquiera quería ser doctor. Le bastó ese instinto que lo debelaba casi como el dolor de espalda a todo el viejo cada que una nota de 4 vibraciones por segundo zarandeaba imperceptiblemente al nervio X de su columna octogésima para resolver el caso. La vida es en verdad maravillosa, y la casualidad una ventana para contemplar sus portentos. Que cada ser humano es semejante al prójimo es evidente; que cada uno es un mundo se ha dicho siempre; la variedad de los organismos y sus funciones, susceptibilidades y fortalezas queda claro que es infinita. El arquitecto que diseñó aquél pabellón que ahora sirve de asilo no pensó jamás en las corrientes de aire que se forman en aquella coordenada del mundo. Los ingenieros se limitaron a un esquema preestablecido para llevar a cabo no sólo el pabellón, pero todo el complejo de casas que conforma a la colonia. Las enfermeras por su parte nunca imaginaron, es cosa de “chiflados”, que una toalla pudiese causar tanto dolor, de hecho nadie hubiera podido imaginarlo. Un pasillo principal atraviesa el asilo desde la entrada hasta el patio. A sus costados se encuentran los aposentos que sirven de dormitorio a los ancianos, de cocina y pertrechos a las enfermeras y oficinas a los administradores. También hay un baño general para los invitados, y justo a un lado de la puerta a éste, un lavabo, y en aquellos días, pijada a la pared una barra donde nunca faltaba una toalla para secarse las manos. El misterio se va esclareciendo: las corrientes de aire en aquella coordenada del mundo se filtran de tal manera por el patio del asilo que al atravesar el pasillo principal necesariamente, en aquellos días, movían la toalla sobre el lavabo, la movían provocando una nota de 4 vibraciones por segundo.

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