martes, 27 de septiembre de 2011

Viva la vida y que sea la paz


Creo en Dios, porque lo busco entre la que asumo su caótica Creación. En estos días me mueve absurdamente una fe, la de la respuesta, del bálsamo que me traiga de nuevo a la vida o me lleve de vuelta a ella: quiero, deseo, anhelo la vida en plenitud, con todo lo que implica, incluso la muerte, pero en plenitud existencial.

Es en esta petición de vida que radica la sustancia del absurdo, porque anhelo paz, pero también la verdad, consciente de que tal vez ésta no tenga nada qué ver con aquella.

Supongo, limitante racional de hombre, que si Dios me escucha no será un lío para él, y es entonces que la fe hace la magia. Humanamente, me mueve un suspiro contradictorio en el cada día; místicamente un solo brazo dirigiéndome, hacia una y todas las direcciones, la muerte y la vida, sufriendo y gozando, pueril y senilmente, pero esto lo describió mucho mejor Borges en el Aleph y la escritura del Dios y yo no tengo idea clara o por lo menos explicable de la existencia de ese brazo.

Mi asunto en estas líneas es, como siempre, confesarme humano y capaz de perdón por ser capaz de equivocarme, aunque sea esto lo que más me haya traído problemas: cada acto o palabra dicha abiertamente, directamente como este texto sin patadas entrelineadas ni pretensiones intelectuales, me cuesta hoy no dar un paso sin una carga de culpa en una conciencia que ya no se si es mía; me cuesta digo, no dar un paso sin herir alguna susceptibilidad en conciencias que ya no se si son ajenas.

No es una queja, al decirme se que me expongo, porque están los expertos en señalar, en decir siempre de los demás y no de ellos mismos; puritanos e hipócritas; expertos en el artificio de la retórica de buenos y malos, del disfraz y la doble moral; los incapaces de verse a sí mismos como los demás, necesitados de la miseria del prójimo para sentirse especiales o menos miserables o ya de a tiro los que por “ojetez” pura encuentran divertido el sufrir ajeno. Sé que para todos ellos, declararse culpable y no libre de cague es declararse carne de cañón. Lo sé porque he incurrido en los mismos vicios, y quién sabe si por un camino que no llegaré jamás a sospechar ni a presentir llegaré incurrir de nuevo: “antes era sólo un niño, ahora soy sólo un hombre” (no me cansaré de citar esta canción).

Parafraseando a Einstein, por todos estos recovecos a los que he ido a dar sin querer a partir de contradicciones irreconciliables me atrevo a decir: acaso la sutileza de Dios es ruda, la malicia una opción de la que la humanidad ha hecho un arte.

Por eso sufro de una tristeza indecible cuando regreso una patada deliberadamente, porque busco la paz, Dios al que busco, sabe que busco la paz y la vida en plenitud.