miércoles, 1 de enero de 2014

Un extraño encuentro


Acompañé a mi esposa a escuchar la misa del primer día del año. No soy creyente del cristianismo, pero hay reminiscencias de la educación que tuve desde niño. Conceptos como cristo, o diablo aún tienen su peso en los escombros que constituyen la demolición de mi sique.
            Tuve ganas de ir al baño, salí al umbral de la iglesia y pregunté a un muchacho en donde estaban los retretes. El compi me dijo que justo a la vuelta, a un costado de la iglesia, pasando la última puerta abres el barandal y entras.
            Seguí las instrucciones y nada. El barandal que me dijo estaba cerrado con candado y no parecía estar habilitado desde hacía tiempo. Decidí preguntar de nuevo. Justo entonces apareció él.
            Un señor de algunos cuarenta y tantos años, del tipo rudo. Bigote espeso, moreno, de hablar norteño y fuerte. Adivinó mis motivos:
            -Están haciendo remodelaciones, los baños están a la vuelta, tienes qué rodear toda la iglesia ¿sí me entiendes?
            Le agradecí y le dije que sí, di media vuelta. Luego insistió.
            -Hasta el otro lado de la manzana ¿sí me entiendes?
            No comprendí su insistencia, pero volví a asentir. Y propuso como quien acepta hacer algo con fastidio y por obligación.
            -Mira, si quieres te guío.
            -Nombre, no hay necesidad, señor. Yo los busco –dije.
            -Yo te guío, al cabo tengo tiempo.
            Asentí, después de todo sería fastidioso andar preguntando en dónde quedan los baños.
Pasamos por una puerta que daba acceso a una torre.
            -Mira, ahí puedes venir cuando quieras, a vivir –me dijo.
            Yo miré y no comprendí en absoluto. Volví a mirar y noté que justo arriba de la puerta una leyenda rezaba: Camino al cielo.
            -Ahí puedes vivir a gusto ¿sí me entiendes? –insistió.
            Entonces comprendí, era el acceso a los osarios de la iglesia.
            -¡Ah! –Exclamé- Pues no soy parte de la iglesia, no sé qué se requiera para descansar ahí uno sus cenizas.
            -Una lana ¿sí me entiendes? Pero lo mejor es bajo el pasto. Aunque sólo dios sabe. Yo ando pa arriba y pa abajo, por toda la república, quién sabe donde vaya a terminar yo –me compartió.
            -¿Trabaja aquí en la iglesia? –interrogué distraídamente, sin entusiasmo, sin interés, buscando hacia delante los baños.
            -Trabajo de transportista, ando en todas partes. Soy como el diablo.
            En este punto lo miré, creí que bromeaba pero en su cara estaba toda la seriedad. Me extrañó de hecho tanta seriedad.
            -De repente me aparezco ¿sí me entiendes?
            Aquí no supe qué contestarle. Y comencé a pensar que el tipo estaba chiflado y peor, que fuese un criminal que me quería raptar para quitarme los órganos. La violencia e inseguridad de los últimos años también están ahí, en los escombros que constituyen mi sique.
            -Ahí están los baños –señaló.
            Reconocí el lugar, un salón que es parte de la iglesia, muchos años atrás nos tocó a mi y a unos amigos asistir ahí a una kermese que organizó la parroquia. Mucha gente entraba y salía con la premura del que quiere desahogar sus riñones. Me tranquilicé y dije gracias.

            El ñori se fue y pensé para mis adentros. Si así fuese, que ese señor fuese el innombrable, el enemigo de dios y de la iglesia, entonces es un tipo muy amable.



Este cuento forma parte de la colección Ni tan ficciones