domingo, 4 de marzo de 2012

El noble de las letras o la fábula de la ficción basura

No recuerdo qué tendencia académica del siglo XIX criticaba las obras de autores sin siquiera haberlos leído. Tengo muy presente aquella clase, cuando estudiaba en la facultad de filosofía y letras teoría de la literatura, donde el maestro nos explicaba como era curiosa esa forma de proceder y por supuesto la necesidad de evitarla para ejercer siempre una crítica genuina y sin pretensiones.

Por un intrincado discurrir de argumentos, en debate abierto y frontal en el aula, dimos en comentar al autor Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Rauda fue su manifestación refleja de desprecio. Concordé, previas lecturas modernas y deslindantes de lo que es y no es literatura, con que la obra del mentado autor no podría ser considerada tal, y que además era posible que en cuanto a la forma padeciera de mucha retórica del convencimiento (¿pleonasmo?) y en cuanto al fondo del fácil juicio.

En los días de mis primeros acercamientos a la lectura fue “Volar sobre el pantano” la más atractiva invitación a continuar abriendo libros para pasar el tiempo. Se me recomendó como uno que no podría dejar de leer luego de comenzar con las primeras páginas, y así fue.

Luego, cuando llegué a la prepa, de los labios de la maestra de español atesté el primer comentario despectivo del autor: un pésimo escritor, una basura de contenidos.

Cuando entré a Letras pues ya iba preparado, mencionar que mis primeras lecturas fueron los tres mosqueteros, el cantar de Roldán, El Principito y algunas tragedias de las 19 de Eurípides me valdría más que mencionar siquiera a CCS.

Cuando en el aula, en clase de teoría de la literatura, pregunté al maestro si había leído algún libro del autor o por lo menos algunas páginas, dijo al cabo, con la manera afectada del noble de las letras: sería la peor pérdida de tiempo. Cuando le pregunté si comentarla con ese sentido crítico tan suyo (tan propio del noble de las letras) no era incurrir en la tendencia aquella del siglo XIX que él nos pedía evitar sonrió y con un gesto que denotaba “touché”, sólo atinó a decir: hay de casos a casos. Por supuesto, ni él mismo se convenció.

Decidí tomar su primer consejo y evitar a toda costa la pedantería.

El tipo de obras de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, por lo menos las que son hechas con la misma intención que “Volar sobre el pantano”, otros ejemplos El caballero de la armadura oxidada de Robert Fisher o Juan Salvador Gaviota de Richard Bach son ficciones del tipo que yo llamaría cómo aprender a jugar sobre el tablero o resolver cierto tipo de cuestiones. Pienso que por el contrario, el escritor de literatura procede más como el filósofo, que plantea cuestiones en vez de pretender resolverlas, ergo, cómo aprender a cuestionar las reglas del tablero y el tablero en sí (¿jugar fuera del tablero?), la existencia de la materia del mismo tablero y luego la existencia de ese posible existir, del conocimiento o de lo conocido y.. (¿cuál carajo es el símbolo de infinito en este teclado?) con cierta cadencia, verosimilitud (incluso en la obra más inverosímil) y sobre todo pasión de esteta.

En el primer caso, supongo, se pretende directa y conscientemente ayudar a poner en paz a una persona con el “mundo”, cueste la forma que cueste; en el segundo (y conste que considerándose sólo una de las tantas inasibles inefables cualidades de la literatura) ya sea directa, indirecta, inconsciente o conscientemente a cuestionar siquiera si existe esa paz, adjudicando a la forma siempre un valor esencial, creo.

Un “cierto” escritor por ahí lo expuso muy bien, algo así como no soy filósofo ni metafísico, lo que he hecho es explotar o explorar -es una palabra más noble-, las posibilidades literarias de la filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario