domingo, 26 de agosto de 2018

Necesito creerte culpable o no; o de la mentira


¿Quién no recuerda cuando el pico más alto del cerro de la silla se desgajó? Ya nos lo habían dicho los geólogos, nuestro icono regiomontano era un volcán dormido. Pero aquella tarde más bien fue el temblor el aviso desoído y una semana después 2016 se convirtió en el año de la gran tragedia.

En mi calle de Villa las fuentes vi cómo la chica que todas las tardes paseaba a sus gatos con correas fue tragada por un socavón de piedra hirviente, una imagen que jamás borraré de mi memoria.

Las alarmas instaladas por la administración corrupta que ya todos conocemos sólo funcionaron cuando ya los ríos de roca fundida habían devorado a las colonias que un día fueron adorno de las faldas del cerro, no hicieron más que ponerle un referente auditivo a la hórrida escena.
 
Todos huían como podían de la lluvia de ceniza y piedras incandescentes. Creo que sólo el señor que lavaba los coches enfrentaba la hecatombe de frente, driblando el chaparrón volcánico, saltando cerro arriba las zanjas que el río de magma abría; el bigote, cabello y cejas grises de ceniza, la mirada encendida del demente. Le gritaba al cerro que dejara su berrinche, hasta que lo vi desaparecer tras la tormenta, las fumarolas y los riscos que emergían de la tierra; los que daban forma a la nueva fisionomía de accidentes y lomas que hoy conocemos como la brecha de Zampayo, donde fue a dar éste junto con su helicóptero. El mundo entero fue testigo del suceso: la transmisión en vivo de la aeronave en picada y el comunicador informando la situación hasta el último segundo de su vida fue desgarradora y conmovedora a la vez.


Sobra decir que la verdad todo esto no es más que una creación mía, pero también de ti que te la has chutado. Al recrearla con tu lectura se volvió un hecho en tu imaginación: el pico desgajado del cerro, el socavón, las cenizas, las alarmas, el caos ¿Le diste un rostro a la chica de los gatos? ¿al lavacoches enajenado? Tal vez el de tu vecin@, el de algún familiar o conocid@ ¿Imaginaste la voz del tal Zampayo describiendo el panorama hasta perder la transmisión?

Es esta capacidad de crear y recrear la que para mí es la raíz de la mentira. La mentira, pues, nacería de nuestra capacidad creativa.

La tragedia ficticia con la que abrí, suponiendo que no me haya confesado, es un caso en el que podemos separar la verdad de la mentira con toda la facilidad del mundo, pero ¿qué pasa con aquellas cuya sustancia es sutil, que bien podrían pasar por verdades?

Cuando allá por el año 63 a.c. en la antigua Roma a Cayo Julio César se le confirió el título de pontífice máximo, a su esposa Pompeya le tocó celebrar, como anfitriona, las fiestas de la Bona Dea. La tradición decía que a estas fiestas sólo podían acudir mujeres, lo que no impidió que un tal Clodio Pulcro se infiltrara vestido de mujer con la intención de seducir a Pompeya. Por ahí se decía que a Pompeya como que no le desagradaba este Pulcro, pero con todo y eso la historia registra que el truhan fue sorprendido antes de llevar a cabo su objeto, se le encarceló y fue llevado a juicio por su atrevimiento, del que luego fue absuelto. Entre otras cosas quesque por falta de pruebas contundentes. Sin embargo, el sumo pontífice sí se divorció de Pompeya, argumentando que la mujer del César debe estar sobre toda sospecha. De donde luego nació la expresión esa de que “La mujer del césar no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”.

Suponiendo que esta haya sido efectivamente la motivación del divorcio, ante el dilema, el César no tenía más de una alternativa, a reserva de que alguien pudiese darle una prueba tangible a él y en este caso al pueblo que le sustentaba el título. Independientemente de lo que haya sucedido en la celebración, César debía tomar la decisión considerando, recreando mentalmente, que Pulcro pudo haber copulado o no con Pompeya; pero sobre todo, al fin máxima figura pública de carácter moral y político, lo que ésta posibilidad representaba para su pueblo (Con esto también hubiera podido Schrodinger ilustrar el rollo ese cuántico).

Lo contrario a aquella canción de Luis Miguel, en donde el enamorado le exige a la amada una historia verosímil para creerle, para perdonarla, la exigencia de su convencimiento a base de mentiras. Culpable o no.

Sucede pues la mentira sólo en un plano conceptual, mental, creada gracias a nuestra capacidad de significar sustentada en códigos de códigos; a diferencia de la verdad, que yo pienso que Es independientemente de nuestra imaginación, inferencia o creencia. Yo lo veo así: fuimos arrojados fatalmente a un mundo que no tiene el menor respeto por nuestros sentimientos ni pensamientos, snif. Le valemos err y pienso que seguirá rodando después de que muera yo tal cual siguió rodando luego que desaparecieron los dinosaurios y Ptolomeo. A esto yo le llamo la voluntad de Dios, misteriosa e inasible, pero esto es cosa mía.

Pienso que gracias a los grandes mentirosos mucha gente anda por ahí buscándole tres pies al gato. Esto es serio. Hitler, entre muchos otros, se valió por ejemplo de “los protocolos de los sabios de Sion” para justificar su odio al pueblo judío y propagarlo sistematizadamente para luego proponer su “solución final”. Quien esté familiarizado con el tema, sabrá que estos protocolos son parte de un libro cuyo contenido fue extraído por sabequién de la obra satírica y literaria “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, de Maurice Joly. Sin embargo, hasta hoy hay quien defiende su validez y ve en él la prueba irrefutable del plan maestro judío para conquistar al mundo.

Hay muchos ejemplos de cómo es que grandes grupos de personas de cultura heterogénea se unieron alrededor de algún relato inventado para hacerse fuertes y emprender campañas de conquistas permanentes; o de a tiro sólo para justificar su existencia con grandes y costosas empresas; o sólo para obtener ventajas de alguien o algunos; o... Póngale usted al relato el nombre que quiera.

Lo cierto es que en estos días tenemos a mucha banda pagando a plazos y con plata metafísica un terrenito en ese vecindario de lujo a donde van los buenos después de morir. Los buenos según X, que deben matar a los que no creen en lo que ellos porque eso dijo X que agrada al todopoderoso. O los buenos según Y, que deben convencer a su prójimo de que están mal y que deben ser como ellos porque el vecindario ultramortuorio tiene cupo limitado. O los buenos según Z, que deben dejar que todas las niñas vírgenes sean desvirgadas por él porque eso agrada al supremo.

Tenemos a la mujer que encuentra en el hombre que la sobaja y viola a su hija pequeña una cruz que debe cargar con ojos cerrados y el corazón abierto, sin quejarse, sin avisar a las autoridades, porque eso es el amor, qué no.

Tenemos a l@s que creen que la felicidad y plenitud existencial están en la marca de celular, de ropa, de carro, de mueble y sobregirarán todas sus cuentas para alcanzarlas; o tras la pluma que condiciona la entrada a un exclusivo fraccionamiento, del que sueñan serán vecin@s y l@s hará mejores personas; o tras el escritorio desde donde se puede humillar a l@s demás; o en el título que l@ acredita como lic, ing, med, abg, soc, prof, etc a pesar de la nula vocación en cualquier área del quehacer humano;  Y así un largo etc.

A pesar de todos estos “encomiables” motivos y empresas, y recordándoles que todo es a partir de una reflexión personal, de banqueta, no erudita; porque sé que muchos grandes pensadores a lo largo de los siglos han profundizado en el tema, doy con el “hecho” de que la mentira no es mala en sí misma (ni buena ofcurs). A quien de entrada la juzgue como tal ¿Qué pensará de los que organizan una fiesta sorpresa a un ser querido? Porque para efectos de la mayor alegría y regocijo de éste aquellos le tienen que mentir. Se dirá que en este caso se trata de una broma o un chascarrillo, (yo pienso que primero es mentira y luego broma).

Un ejemplo menos frívolo. Supongamos que Elvis, un ciudadano americano en E.U., esconde en su casa a Juan, un mexicano buscado por una turba de racistas para “deportarlo” pero al más allá. Supongamos que en sus pesquisas uno de estos brutos supremacistas le pregunta a Elvis si sabe dónde está Juan. Elvis MIENTE, le dice que no. Juan se salva. Los que creen en una doble naturaleza humana podrán decirme que es preferible matar el cuerpo que el alma, pero ahí ya entra la fé y las creencias y dogmas y mi reflexión trata de ser racional; insisto, “trata”.

O qué pensará de la naturaleza misma, que ha proveído a ciertas especies del arte del engaño para esquivar la muerte que les acarrean sus predadores. En el mundo animal y plantae, para estos efectos, muchas especies inofensivas han desarrollado disfraces para asemejarse a otras que son peligrosas o repugnantes, a este fenómeno se le llama mimetismo batesiano. Por ejemplo, la mosca de las flores (Syrphiade), que engaña a sus predadores imitando el aspecto de una avispa: tiene el aspecto, pero no el aguijón; o las falsas corales, víboras que se asemejan a la serpiente coralillo: tienen los colores, pero no el veneno. Me dirá tal vez que los animales, no humanos, se mueven por instinto y que no hay en estos casos una voluntad consciente de engañar. Yo digo que si no hay la voluntad de ellos, por lo menos sí de la naturaleza, porque no veo en el hecho del mimetismo batesiano una casualidad sino más bien una causalidad que insisto, vaya a saber a qué obedece en última instancia.

Y concluiría yo de estos ejemplos que la mentira es también un medio, una herramienta de convencimiento para llevar a cabo un determinado fin, el cual sí podría ser interpretado como bueno o malo según el código moral que se le quiera aplicar.

¿Qué se dirá del que miente sin tener en mente un fin? ¿Será que no siempre la mentira es un medio? Puede que haya quien lo haga, pero no le quita a la mentira la propiedad de herramienta. Pensemos en un hombre que dice a su esposa que estuvo sentado viendo la tele toda la tarde mientras esta no estuvo en casa, pero en realidad se la pasó recostado en cama. Supongamos que sabemos lo que piensa este hombre, y no hubiera la menor duda de que mintió simplemente para significar que se la pasó descansando.

Imagino en este caso a un malabarista que usa martillos en vez de pelotas. El martillo es una herramienta para potenciar energía en un golpe, te puedes servir de él para construir una silla, colgar un cuadro en la pared, defenderte de alguien más fuerte que tú incluso o construir artificios para tortura del prójimo; por supuesto nadie dice que no se pueda hacer malabares con él, aunque su finalidad primordial quedaría nulificada. Con todo y esto, un mal cálculo, y podría pasar que el martillo golpeara al malabarista en la cabeza.  (Sería nomás por esto de que mentir pueda ser una “actividad peligrosa” que podría yo justificar racionalmente el mandamiento católico ese de No mentirás o darás falso testimonio, de lado lo del cuerpo y el alma. No tanto porque sea malo mentir en sí pero más que nada como medida precautoria).

Y pues bueno, luego de estas reflexiones impresionistas, ya podríamos esbozar una definición propia acerca de lo que es la mentira, y unos cuantos axiomas puestos a consideración del que los quiera refutar (sería un diálogo más que bienvenido). Mentira es:

-Una afirmación verbal o no verbal, que busca engañar al receptor o receptores, acerca de un hecho que no fue o no es; o que sucedió o sucede de manera que no corresponde a la realidad.

-Sucede gracias a nuestra capacidad creativa, sustentada en la significación que le atribuimos a todo lo que nos rodea.

-Sucede sólo en un plano conceptual

-No es buena ni mala en sí misma

-Es un medio por el cuál se alcanza un fin.


Como dice el meme ese, change my mind.

domingo, 12 de agosto de 2018

De las mecedoras en la acera a la sala de tv y el internet


En el pasado las cosas eran mejores. Es como un lugar común, parece algo que se dice como se dice buen día, cómo está usted; o, ta buena la calor, no?

Aún y con eso no deja de tener su sentido trascendente la frase.

Yo por ejemplo recuerdo como algo lejanísimo y perdido aquellas caminatas trasnochadas que me aventaba por todo el primer cuadro de la ciudad. Cuando no había el referente de miles de muertos y desaparecidos y un policía no representaba más que otro elemento en ese mural festivo y pululante de vida nocturna que era la ciudad de Monterrey.

El día, o más bien la madrugada en que supe que la ciudad había perdido la inocencia fue cuando me topé un convoy de militares entre las calles de 15 de mayo y Mariano Escobedo. Me pareció una escena montada. Luego vinieron las balaceras, los muertos y el paulatino abandono del primer cuadro, el tácito toque de queda.

Claro, quien no haya vivido los días de pre guerra del narco no sabrá de lo que hablo. Y sin ese punto de referencia ¿cómo iba a saber que hubo “mejores tiempos” que los de ahora? Este hecho, para mi caso, tiene una traducción profunda, exacta, sin pérdida semántica: me estoy haciendo viejo.

Colectiva y metafóricamente se puede hablar también de una niñez, juventud, adolescencia y otras fases de la humanidad, o de un país, o una ciudad.

Podríamos definir la prehistoria como la infancia de la humanidad, por ejemplo. La edad clásica como la niñez de la cultura occidental, la edad media como su adolescencia, y tal vez en el siglo XX podríamos decir que da los pasos de la juventud a la adultez.

Es un decir libre y despreocupado, nada científico; entiendo que una parte de la banda clásica ya percibía al mundo viejo y en decadencia desde la época de la cultura helénica, varios siglos antes de cristo.

Pero bueno. En lo que respecta a la ciudad de Monterrey para mí hay un hito relevante que divide una fase de otra que dudo vuelva a ser algún día. Un suceso que se da a finales de los años cincuenta, si hemos de dar crédito a Andrés Montemayor; me refiero a la desconexión del regiomontano a su entorno.

Para ilustrar esto, déseme chance de aludir a una antigua costumbre local: sacar los vecinos sus mecedoras del pórtico a la banqueta durante la noche para tomar el fresco. Se oye jalado, pero insignes historiadores locales han consignado el hecho.

Según el Mtro. Israel Cavazos* esta costumbre se remonta hasta la época colonial, destacando en el siglo XVII para comenzar a decaer, según Andrés Montemayor, a finales de los cincuenta, “a medida que el regiomontano compraba su televisión y surgían los primeros apartamentos”*.

La gente se metió a sus casas, abandonó las calles. “Ahora se discutía cuál de los canales de televisión deseaba ver y entre los comerciales se comentaban algunos temas familiares o el último chisme de los vecinos… Se perdía la comunicación interna y se recibía, en forma pasiva, nuevas modalidades de vida a través de este aparato”.

El empujón nos lo dio, hablando como sociedad, la televisión. 

Dicho sea de paso. A mí me tocó vivir aún la costumbre del chisme al aire libre y las mecedoras, en mi barrio de sanico, en la mera unidad laboral, allá a finales de los ochenta y comienzos de los noventa (Describir la fiesta diaria que era mi calle aquellas noches da para un libro entero). Creo que mis papás aun “conservan” las mecedoras, arrumbadas en el techo de mi otro barrio, más tardío, donde ni siquiera llegó a existir esta tradición.

Que las cosas fueran mejores antes que ahora que lo discutan los expertos. Yo consignaré algo que me parece, especulo, intuyo es de mucha importancia.

En una de sus columnas para el diario Reforma (no recuerdo cuál) Sergio Sarmiento escribió acerca de un fenómeno muy interesante con respecto al solsticio de invierno (cuando no escribe de política me interesa lo que escribe este compa), mencionó la importancia que tiene para toda cultura el inicio y el fin de los ciclos. Describió, si mal no recuerdo, cómo es que antes que la humanidad domesticara la luz eléctrica los eventos astronómicos eran relevantes debido a que por las noches, en la profunda oscuridad, la humanidad no tenía otra alternativa más interesante que mirar hacia el cielo para recrearse. Por eso eran buenos lectores de los hechos celestes.

Hoy en día, en la ciudades, hemos perdido las referencias de inicio y final de los ciclos planetarios, el solsticio de invierno y de verano, el año nuevo, la navidad e incluso el hallowen (que también tiene sus raíces en los astros) no son mas que un rastro de la tradición que ha quedado instituido por la costumbre, nos importan como días festivos, de descanso y en el mejor de los casos como excusa para interactuar con los que queremos, pero se ha perdido su significado planetario.

Lo que antes era noche oscura ya no lo es más en las ciudades, la luz está al alcance de un interruptor y la tv + el internet nos ofrecen alternativas de recreo ilimitadas, ya no hay atractivo en mirar el cielo e incluso el día y la noche están perdiendo el matiz, por no hablar del aire acondicionado o ya de perdis los abanicos para recrear el frescor nocturno.

Las consecuencias de este hecho, que seguro habralas unas más graves que otras y unas mejores que otras, yo creo que abarcan más de lo que uno imagina o ve a simple vista, más de lo que uno quisiera suponer tal vez (luego por ahí leí también a algún columnista que vinculaba el fenómeno de la violencia del narco con el de estar todos metidos en nuestras casas, distraídos en la vastedad de las redes y las nuevas alternativas de recreo virtual mientras las calles eran tomadas por el crimen organizado).

¿En el pasado las cosas eran mejores? 

Por lo menos diferentes. El hecho es que, para el caso de mi ciudad, esta frase tiene una traducción profunda, exacta, sin pérdida semántica: es una ciudad que se vuelve vieja.



*Historia de Monterrey. Andrés Montemayor. 1971. P. 407