domingo, 12 de agosto de 2018

De las mecedoras en la acera a la sala de tv y el internet


En el pasado las cosas eran mejores. Es como un lugar común, parece algo que se dice como se dice buen día, cómo está usted; o, ta buena la calor, no?

Aún y con eso no deja de tener su sentido trascendente la frase.

Yo por ejemplo recuerdo como algo lejanísimo y perdido aquellas caminatas trasnochadas que me aventaba por todo el primer cuadro de la ciudad. Cuando no había el referente de miles de muertos y desaparecidos y un policía no representaba más que otro elemento en ese mural festivo y pululante de vida nocturna que era la ciudad de Monterrey.

El día, o más bien la madrugada en que supe que la ciudad había perdido la inocencia fue cuando me topé un convoy de militares entre las calles de 15 de mayo y Mariano Escobedo. Me pareció una escena montada. Luego vinieron las balaceras, los muertos y el paulatino abandono del primer cuadro, el tácito toque de queda.

Claro, quien no haya vivido los días de pre guerra del narco no sabrá de lo que hablo. Y sin ese punto de referencia ¿cómo iba a saber que hubo “mejores tiempos” que los de ahora? Este hecho, para mi caso, tiene una traducción profunda, exacta, sin pérdida semántica: me estoy haciendo viejo.

Colectiva y metafóricamente se puede hablar también de una niñez, juventud, adolescencia y otras fases de la humanidad, o de un país, o una ciudad.

Podríamos definir la prehistoria como la infancia de la humanidad, por ejemplo. La edad clásica como la niñez de la cultura occidental, la edad media como su adolescencia, y tal vez en el siglo XX podríamos decir que da los pasos de la juventud a la adultez.

Es un decir libre y despreocupado, nada científico; entiendo que una parte de la banda clásica ya percibía al mundo viejo y en decadencia desde la época de la cultura helénica, varios siglos antes de cristo.

Pero bueno. En lo que respecta a la ciudad de Monterrey para mí hay un hito relevante que divide una fase de otra que dudo vuelva a ser algún día. Un suceso que se da a finales de los años cincuenta, si hemos de dar crédito a Andrés Montemayor; me refiero a la desconexión del regiomontano a su entorno.

Para ilustrar esto, déseme chance de aludir a una antigua costumbre local: sacar los vecinos sus mecedoras del pórtico a la banqueta durante la noche para tomar el fresco. Se oye jalado, pero insignes historiadores locales han consignado el hecho.

Según el Mtro. Israel Cavazos* esta costumbre se remonta hasta la época colonial, destacando en el siglo XVII para comenzar a decaer, según Andrés Montemayor, a finales de los cincuenta, “a medida que el regiomontano compraba su televisión y surgían los primeros apartamentos”*.

La gente se metió a sus casas, abandonó las calles. “Ahora se discutía cuál de los canales de televisión deseaba ver y entre los comerciales se comentaban algunos temas familiares o el último chisme de los vecinos… Se perdía la comunicación interna y se recibía, en forma pasiva, nuevas modalidades de vida a través de este aparato”.

El empujón nos lo dio, hablando como sociedad, la televisión. 

Dicho sea de paso. A mí me tocó vivir aún la costumbre del chisme al aire libre y las mecedoras, en mi barrio de sanico, en la mera unidad laboral, allá a finales de los ochenta y comienzos de los noventa (Describir la fiesta diaria que era mi calle aquellas noches da para un libro entero). Creo que mis papás aun “conservan” las mecedoras, arrumbadas en el techo de mi otro barrio, más tardío, donde ni siquiera llegó a existir esta tradición.

Que las cosas fueran mejores antes que ahora que lo discutan los expertos. Yo consignaré algo que me parece, especulo, intuyo es de mucha importancia.

En una de sus columnas para el diario Reforma (no recuerdo cuál) Sergio Sarmiento escribió acerca de un fenómeno muy interesante con respecto al solsticio de invierno (cuando no escribe de política me interesa lo que escribe este compa), mencionó la importancia que tiene para toda cultura el inicio y el fin de los ciclos. Describió, si mal no recuerdo, cómo es que antes que la humanidad domesticara la luz eléctrica los eventos astronómicos eran relevantes debido a que por las noches, en la profunda oscuridad, la humanidad no tenía otra alternativa más interesante que mirar hacia el cielo para recrearse. Por eso eran buenos lectores de los hechos celestes.

Hoy en día, en la ciudades, hemos perdido las referencias de inicio y final de los ciclos planetarios, el solsticio de invierno y de verano, el año nuevo, la navidad e incluso el hallowen (que también tiene sus raíces en los astros) no son mas que un rastro de la tradición que ha quedado instituido por la costumbre, nos importan como días festivos, de descanso y en el mejor de los casos como excusa para interactuar con los que queremos, pero se ha perdido su significado planetario.

Lo que antes era noche oscura ya no lo es más en las ciudades, la luz está al alcance de un interruptor y la tv + el internet nos ofrecen alternativas de recreo ilimitadas, ya no hay atractivo en mirar el cielo e incluso el día y la noche están perdiendo el matiz, por no hablar del aire acondicionado o ya de perdis los abanicos para recrear el frescor nocturno.

Las consecuencias de este hecho, que seguro habralas unas más graves que otras y unas mejores que otras, yo creo que abarcan más de lo que uno imagina o ve a simple vista, más de lo que uno quisiera suponer tal vez (luego por ahí leí también a algún columnista que vinculaba el fenómeno de la violencia del narco con el de estar todos metidos en nuestras casas, distraídos en la vastedad de las redes y las nuevas alternativas de recreo virtual mientras las calles eran tomadas por el crimen organizado).

¿En el pasado las cosas eran mejores? 

Por lo menos diferentes. El hecho es que, para el caso de mi ciudad, esta frase tiene una traducción profunda, exacta, sin pérdida semántica: es una ciudad que se vuelve vieja.



*Historia de Monterrey. Andrés Montemayor. 1971. P. 407


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