En el pasado las cosas eran mejores. Es como un lugar común,
parece algo que se dice como se dice buen día, cómo está usted; o, ta buena la
calor, no?
Aún y con eso no deja de tener su sentido trascendente la
frase.
Yo por ejemplo recuerdo como algo lejanísimo y perdido
aquellas caminatas trasnochadas que me aventaba por todo el primer cuadro de la
ciudad. Cuando no había el referente de miles de muertos y desaparecidos y un
policía no representaba más que otro elemento en ese mural festivo y pululante
de vida nocturna que era la ciudad de Monterrey.
El día, o más bien la madrugada en que supe que la ciudad
había perdido la inocencia fue cuando me topé un convoy de militares entre las
calles de 15 de mayo y Mariano Escobedo. Me pareció una escena montada. Luego
vinieron las balaceras, los muertos y el paulatino abandono del primer cuadro,
el tácito toque de queda.
Claro, quien no haya vivido los días de pre guerra del narco
no sabrá de lo que hablo. Y sin ese punto de referencia ¿cómo iba a saber que
hubo “mejores tiempos” que los de ahora? Este hecho, para mi caso, tiene una
traducción profunda, exacta, sin pérdida semántica: me estoy haciendo viejo.
Colectiva y metafóricamente se puede hablar también de una
niñez, juventud, adolescencia y otras fases de la humanidad, o de un país, o
una ciudad.
Podríamos definir la prehistoria como la infancia de la
humanidad, por ejemplo. La edad clásica como la niñez de la cultura occidental,
la edad media como su adolescencia, y tal vez en el siglo XX podríamos decir
que da los pasos de la juventud a la adultez.
Es un decir libre y despreocupado, nada científico; entiendo
que una parte de la banda clásica ya percibía al mundo viejo y en decadencia desde la
época de la cultura helénica, varios siglos antes de cristo.
Pero bueno. En lo que respecta a la ciudad de Monterrey para
mí hay un hito relevante que divide una fase de otra que dudo vuelva a ser algún día. Un suceso
que se da a finales de los años cincuenta, si hemos de dar crédito a Andrés
Montemayor; me refiero a la desconexión del regiomontano a su entorno.
Para ilustrar esto, déseme chance de aludir a una antigua
costumbre local: sacar los vecinos sus mecedoras del pórtico a la banqueta
durante la noche para tomar el fresco. Se oye jalado, pero insignes
historiadores locales han consignado el hecho.
Según el Mtro. Israel Cavazos* esta costumbre se remonta
hasta la época colonial, destacando en el siglo XVII para comenzar a decaer,
según Andrés Montemayor, a finales de los cincuenta, “a medida que el
regiomontano compraba su televisión y surgían los primeros apartamentos”*.
La gente se metió a sus casas, abandonó las calles. “Ahora
se discutía cuál de los canales de televisión deseaba ver y entre los
comerciales se comentaban algunos temas familiares o el último chisme de los
vecinos… Se perdía la comunicación interna y se recibía, en forma pasiva,
nuevas modalidades de vida a través de este aparato”.
El empujón nos lo dio, hablando como sociedad, la
televisión.
Dicho sea de paso. A mí me tocó vivir aún la costumbre del
chisme al aire libre y las mecedoras, en mi barrio de sanico, en la mera unidad
laboral, allá a finales de los ochenta y comienzos de los noventa (Describir la
fiesta diaria que era mi calle aquellas noches da para un libro entero). Creo
que mis papás aun “conservan” las mecedoras, arrumbadas en el techo de mi otro
barrio, más tardío, donde ni siquiera llegó a existir esta tradición.
Que las cosas fueran mejores antes que ahora que lo discutan
los expertos. Yo consignaré algo que me parece, especulo, intuyo es de mucha
importancia.
En una de sus columnas para el diario Reforma (no recuerdo cuál) Sergio Sarmiento escribió acerca de un fenómeno muy
interesante con respecto al solsticio de invierno (cuando no escribe de
política me interesa lo que escribe este compa), mencionó la importancia que
tiene para toda cultura el inicio y el fin de los ciclos. Describió, si mal no
recuerdo, cómo es que antes que la humanidad domesticara la luz eléctrica los
eventos astronómicos eran relevantes debido a que por las noches, en la
profunda oscuridad, la humanidad no tenía otra alternativa más interesante que
mirar hacia el cielo para recrearse. Por eso eran buenos lectores de los hechos
celestes.
Hoy en día, en la ciudades, hemos perdido las referencias de
inicio y final de los ciclos planetarios, el solsticio de invierno y de verano,
el año nuevo, la navidad e incluso el hallowen (que también tiene sus raíces en
los astros) no son mas que un rastro de la tradición que ha quedado instituido
por la costumbre, nos importan como días festivos, de descanso y en el mejor de
los casos como excusa para interactuar con los que queremos, pero se ha perdido
su significado planetario.
Lo que antes era noche oscura ya no lo es más en las
ciudades, la luz está al alcance de un interruptor y la tv + el internet nos ofrecen alternativas de recreo ilimitadas, ya no hay atractivo en mirar el cielo e incluso
el día y la noche están perdiendo el matiz, por no hablar del aire
acondicionado o ya de perdis los abanicos para recrear el frescor nocturno.
Las consecuencias de este hecho, que seguro habralas unas
más graves que otras y unas mejores que otras, yo creo que abarcan más de lo
que uno imagina o ve a simple vista, más de lo que uno quisiera suponer tal vez
(luego por ahí leí también a algún columnista que vinculaba el fenómeno de la
violencia del narco con el de estar todos metidos en nuestras casas, distraídos
en la vastedad de las redes y las nuevas alternativas de recreo virtual
mientras las calles eran tomadas por el crimen organizado).
¿En el pasado las cosas eran mejores?
Por lo menos
diferentes. El hecho es que, para el caso de mi ciudad, esta frase tiene una traducción
profunda, exacta, sin pérdida semántica: es una ciudad que se vuelve vieja.
*Historia de Monterrey. Andrés Montemayor. 1971. P. 407
*Historia de Monterrey. Andrés Montemayor. 1971. P. 407
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