domingo, 18 de marzo de 2012

Nosotros los sometidos o la libertad de la razón

“Whatever love you can get and give, whatever happiness you can filch or provide, every temporary measure of grace, whatever works.”

Woody Allen, Whatever works

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“Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis sueños va ligero de equipaje sobre un cascarón de nuez mi corazón de viaje..”

Joaquín Sabina, peces de ciudad

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“Ese viaje a hacia la nada, que consiste en la certeza de encontrar en tu mirada la belleza”

Luis Eduardo Aute, la belleza

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Rumbo a mi trabajo. Platico con un amigo acerca de las jubilaciones y el tiempo libre. Mi amigo es una persona mayor, pero con el vigor de la juventud aún. Me comenta que un conocido suyo quisiera ya ser pensionado y olvidarse del trabajo de tantos años. Mi amigo me comenta que le comenta que no sabe lo que pide, porque hacer nada lo puede a uno llevar por donde nadie quisiera: la locura. El conocido de mi amigo le dice a mi amigo, luego de pensarlo, y como si ya hubiera pensado en ello antes, tienes razón, mejor seguir viviendo esto.

Acaso nadie quiere en realidad ser libre por lo mismo. No creo que la libertad lo lleve a uno a la locura, sino más bien a una lucidez que en el mundo loco en el que vivimos es considerada locura. Puede que sea lo mismo al revés y pienso en este momento en la película de matrix: quehacer revolucionario entre ruinas y aparentemente bien despierto o rutinario entre edificios virtuales bien dormido, e incluso dormido pero haciendo como que se está despierto, jugando siempre un rol pues.

La libertad es terrible porque uno no sabe a dónde va a ir a parar siguiendo tal o cual camino, o no siguiendo ninguno que creo yo que es lo mismo. Esta toma de decisión (la de seguir o no un camino) es una gran responsabilidad dado que la vida al parecer es única y uno nunca quiere desperdiciarla.

Cuando no se es libre se está sometido a un sistema (el que sea que fuere), y si las cosas no andan bien no habrá cargos de conciencia individual, la culpa será siempre del sistema. Ah, la queja sin mover un dedo o moviéndolo haciendo como que se hace algo sumamente importante, iluminado, diciendo verdad esencial, chaquetero beneficio de nosotros los sometidos.

Rumbo a mi trabajo. Le comento a mi amigo que así me parece, lo mejor es estar haciendo algo siempre. Equivoco la ruta, tomo por una calle que nos aleja del lugar del evento, mi amigo me dice que siempre ando bien distraído. Le comento que así me parece que soy.

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Camino entre días de dolor ajeno, pero mío.

Me duele verle el dolor al abuelo en el rostro, los doctores dicen que ya no se puede hacer nada por el tumor que ya le invadió gran parte de la espalda. Estoy seguro que me duele su dolor mucho más de lo que me dolería el descanso que luego será el mío y el de todos.

Por otra parte, tengo fé en que mi hermano y mi cuñada y mi sobrina estarán muy bien. Es una convicción.

A mi amigo de la infancia, espero que las sombras no le hagan olvidar que su descenso es una visita temporal


domingo, 4 de marzo de 2012

El noble de las letras o la fábula de la ficción basura

No recuerdo qué tendencia académica del siglo XIX criticaba las obras de autores sin siquiera haberlos leído. Tengo muy presente aquella clase, cuando estudiaba en la facultad de filosofía y letras teoría de la literatura, donde el maestro nos explicaba como era curiosa esa forma de proceder y por supuesto la necesidad de evitarla para ejercer siempre una crítica genuina y sin pretensiones.

Por un intrincado discurrir de argumentos, en debate abierto y frontal en el aula, dimos en comentar al autor Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Rauda fue su manifestación refleja de desprecio. Concordé, previas lecturas modernas y deslindantes de lo que es y no es literatura, con que la obra del mentado autor no podría ser considerada tal, y que además era posible que en cuanto a la forma padeciera de mucha retórica del convencimiento (¿pleonasmo?) y en cuanto al fondo del fácil juicio.

En los días de mis primeros acercamientos a la lectura fue “Volar sobre el pantano” la más atractiva invitación a continuar abriendo libros para pasar el tiempo. Se me recomendó como uno que no podría dejar de leer luego de comenzar con las primeras páginas, y así fue.

Luego, cuando llegué a la prepa, de los labios de la maestra de español atesté el primer comentario despectivo del autor: un pésimo escritor, una basura de contenidos.

Cuando entré a Letras pues ya iba preparado, mencionar que mis primeras lecturas fueron los tres mosqueteros, el cantar de Roldán, El Principito y algunas tragedias de las 19 de Eurípides me valdría más que mencionar siquiera a CCS.

Cuando en el aula, en clase de teoría de la literatura, pregunté al maestro si había leído algún libro del autor o por lo menos algunas páginas, dijo al cabo, con la manera afectada del noble de las letras: sería la peor pérdida de tiempo. Cuando le pregunté si comentarla con ese sentido crítico tan suyo (tan propio del noble de las letras) no era incurrir en la tendencia aquella del siglo XIX que él nos pedía evitar sonrió y con un gesto que denotaba “touché”, sólo atinó a decir: hay de casos a casos. Por supuesto, ni él mismo se convenció.

Decidí tomar su primer consejo y evitar a toda costa la pedantería.

El tipo de obras de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, por lo menos las que son hechas con la misma intención que “Volar sobre el pantano”, otros ejemplos El caballero de la armadura oxidada de Robert Fisher o Juan Salvador Gaviota de Richard Bach son ficciones del tipo que yo llamaría cómo aprender a jugar sobre el tablero o resolver cierto tipo de cuestiones. Pienso que por el contrario, el escritor de literatura procede más como el filósofo, que plantea cuestiones en vez de pretender resolverlas, ergo, cómo aprender a cuestionar las reglas del tablero y el tablero en sí (¿jugar fuera del tablero?), la existencia de la materia del mismo tablero y luego la existencia de ese posible existir, del conocimiento o de lo conocido y.. (¿cuál carajo es el símbolo de infinito en este teclado?) con cierta cadencia, verosimilitud (incluso en la obra más inverosímil) y sobre todo pasión de esteta.

En el primer caso, supongo, se pretende directa y conscientemente ayudar a poner en paz a una persona con el “mundo”, cueste la forma que cueste; en el segundo (y conste que considerándose sólo una de las tantas inasibles inefables cualidades de la literatura) ya sea directa, indirecta, inconsciente o conscientemente a cuestionar siquiera si existe esa paz, adjudicando a la forma siempre un valor esencial, creo.

Un “cierto” escritor por ahí lo expuso muy bien, algo así como no soy filósofo ni metafísico, lo que he hecho es explotar o explorar -es una palabra más noble-, las posibilidades literarias de la filosofía.