jueves, 12 de mayo de 2011

A la sombra de un limón

A la sombra del limón marchito trabajaban. Acaso era ello cierto, porque aunque no hacían algo, el tedio cubría sus empolvados rostros en relieve. No había otra razón para aguantarlo, no otra que la paga, y el compromiso que esto implica. Pero la paga en sí era para ellos remuneración turbia. Hacer algo, cualquier cosa, como el no hacer nada bajo la sombra de un limón, blancos sus rostros y ropas por la tierra, para recibir a cambio dinero, pudiera ser suficientemente bueno para satisfacer su espíritu. Pero también el hecho de formar parte “activa” en algo, algo fuera de lo común, solamente.

Se erguía el viejo árbol entre chatarra sucia y excrementos de perro; entre montañas de monitores olvidados, ya remotos, y cpu´s desmantelados. Nadie, sentían, podría encontrarlos en aquél rincón, donde jugaban a vivir entre la mugre, sentado uno sobre un bloc, el otro sobre la espalda de un monitor.

“Qué bella tarea”, se decía alguno: nadie más que yo podría estar orgulloso de mí, porque nadie entendería el papel que desempeño. El otro a su vez: como gusanos insignificantes, desapercibidos, pero necesarios. Y cuando encontraban este gozo el frenesí emergía desde sus reflexiones; y reían, y se burlaban de los ostentosos que tuvieron suerte, que consideraban gusanos a su vez; o cantaba uno una canción de Sabina mientras el otro tarareaba una de Stratovarius. Y aquello de repente ya no era un trabajo, sino una tertulia improvisada, porque jamás se podría planear esa amenidad, bajo la sombra de un limón.

Pero nuevamente el silencio, el tedio, de nuevo el trabajo y el compromiso, la paga. En esos momentos sentían ganas de dormir, o simplemente divagar, porque la realidad era insoportable.

Ahí estaba Luky, el french puddle agigantado. Roía un pedazo de hamburguesa. Y los Dos volvían de su letargo. Luky es un perro de vida envidiable; sí, Luky es libre. Y cuando pensaban en ello uno miraba la cadena vacía ceñida en el tronco del limón; veía una tortura para el chucho. Luky es un cabrón, seguro las perras lo prefieren, y no se rebaja a ser el líder de una jauría. Esos son pura pantalla, a final de cuentas las crías son de perros que están al margen de la posición perruna. Luky ha de ser bien mamón, las pandillas de perros le han de temer por ser un can desquiciado, que no respeta camaraderías; Luky no ha de valer verga, seguro maltrata a la Deisy; dicen que le pone al Puñalín; a Luky se le ha visto más allá de la avenida, buscando al Bola y trayéndolo de vuelta a casa, Luky es un perro a final de cuentas; pero Luky es más libre que esclavo. Y después de beber agua en un charco Luky desapareció entre la chatarra, buscando otra vez las calles.

Al dar las dos de la tarde comenzaba el ensayo rutinario; la música venía de la casa que está tras el terreno de chatarra. Las canciones las de siempre, cuatro melodías que después de meses de ardua perfección simplemente parecían ser las mismas. O acaso así les parecía a los del limón, porque perdieron todo al ser rutina. Al principio hacían comentarios, entonces lo aceptaban como el sonido de los camiones en las avenidas o el del ladrido de los perros o el de las voces siempre negociantes de sus patrones. Pero vale más la comparación con las campanadas de un reloj; porque cuando los amplificadores se prendían ya faltaba poco para abandonar el terreno, a menudo el limón. Arpegios, percusiones, atmósferas como cánones; melodías luego en la cabeza ¿Sería lo mismo la demás mierda?

Cada noche, antes de dormir, las notas aún yacían en la cabeza de los Dos, porfías, pero ya no tediosas. Se pensaba: ¿Y el ruido de los camiones? ¿Y el de los patrones? ¿Influirán en mí como ésta melodía en mi sueño? ¿Cuánta mierda no estará ahora en mi cabeza? Cuánta mierda mi vida

A la sombra del limón les llegó la tarde. Una jornada más que se iba. A qué fin, pensaban, y uno encontró la respuesta, y esta se le arraigó profundo: cuando muera quiero ser un limón.

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